Minimosca
Minimosca, la última novela de Gustavo Faverón, es la biografía secreta y expandida de César Vallejo. No una biografía tradicional, en el sentido de que explora la vida a plazos de nuestro más importante poeta, sino más bien una biografía extendida, ramificada, biografía big bang, biografía onda expansiva sobre su linaje, sobre su poesía, sobre sus temores, y por tanto, sobre sus monstruos. Faverón ha escrito una biografía atípica, construida a través de pasadizos y claroscuros desde el futuro, poblada por esposas e hijas y esposos e hijos, vista a través de prismas o de espejos que reflejan el ser desconocido que habita en uno y que el lector irá develando capítulo tras capítulo.
¿Cuáles son esos monstruos? Esa es la pregunta que se intenta responder a través de cajas chinas y datos escondidos. Y el doble, un recurso bastante utilizado por Faverón que le sirve de coordenada para elaborar ingeniosos juegos literarios: de identidad, de paralelismos, de opuestos. “Los espejos tienen algo monstruoso”, escribía el narrador borgeano de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, y quizá lo señalaba porque no hay nada más terrorífico que descubrir frente a un espejo que uno es lo que más odia o teme. Y el espejo puede ser un vidrio como un libro o como un hijo. En el apasionante capítulo El museo de la Rue de Babylone, el narrador de Minimosca se pregunta si Vallejo no quería tener hijos porque multiplicaban el dolor de un padre o porque “temía ser un monstruo y terminar devorándoselos”. Lo monstruoso parece ser, en Faverón, el reflejo. Porque todo reflejo es descubrimiento y todo descubrimiento conduce al dolor o al horror. “Es justo saber de dónde salen los monstruos del escritor”, escribe uno de los personajes precisamente.
Como mencioné, Minimosca persigue los pasos posteriores a la muerte de Vallejo, la influencia de su poesía, la vida de su hija y de su nieta, y a la vez sobre amigos o conocidos que formaron parte de ese círculo, directa e indirectamente, para trazar a partir de esa ramificación una historia singular sobre hombres enloquecidos, literarios, esquizofrénicos, cuyas vidas se expanden por Sudamérica, Norte América y Europa. Hay varios personajes singulares dentro de este universo, un hombre que lleva un paracaídas en la espalda a todo lugar donde va, un boxeador que descubre que puede vencer a cualquier rival recitando versos de Vallejo, un niño que no puede aprender a leer pero nadie explica por qué recita libros enteros de escritores y poetas. Y sin embargo detrás de ese telón uno se percata de que el reflejo es macabro, “el horror es infinito”, porque hay padres que matan hijos, padres que ofrecen hijas, osos que devoran bebés, poetas que obligan abortos.
Si Minimosca es un universo, Vallejo es la antimateria que aglomera ese espacio y tiempo, invisible y visible a la vez, una dualidad que puede sonar arbitraria pero que en la novela se explora a menudo. Faverón no solo es un escritor que construye artefactos literarios como enormes urbanizaciones, también es un escritor que dentro de las piezas de su arquitectura uno descubre ideas y detrás de esas ideas, intempestivas revelaciones. Torna visible lo invisible. Hay una escena en que una de las narradoras que tiene un hijo ciego nos ofrece una terrible pregunta, “me pregunté (como tantas veces) cómo sería mi cara en la mente de mi hijo”. ¿No hay aquí una pista de lo monstruoso? En otra, se nos revela que “los fantasmas tienen una forma de gritar que es muy triste, porque gritan sin tener boca y sin tener cuerdas vocales”. Si hay algo que caracteriza la estética de Faverón es que, dentro de su ramificado universo de historias, uno siempre abandona el túnel con un halo de luz. Una imagen, una idea, un concepto que ha permanecido oculto y que él logra revelarnos en su novela como quien enciende un fósforo “en mitad de la noche, en mitad de un campo” (Faulkner).
Algo importante sobre la naturaleza de Minimosca. Ricardo Piglia mencionaba que la literatura de Borges no era fantástica sino más bien literatura conceptual. Y uno podría aseverar que lo cortazariano es neofantástico porque trastoca la realidad y se aleja del horror clásico de Lovecraft. Curiosamente, Faverón parece sintetizar en Minimosca ambos paradigmas: es una novela conceptual horrorizada, cortazariana y lovecraftiana a la vez aunque se me juzgue de establecer un juego retórico, porque es una exploración de lo atroz y a la vez un sometimiento a los tejidos de la realidad. Y en ese limbo en que transita la novela, en esa dualidad multidimensional donde lo fantástico-macabro y lo conceptual-real se trastocan, se establece sin dudas la originalidad de la novela.
Reitero. Minimosca explora el big bang Vallejo como los científicos estudian el origen del universo. En alguna página de la novela alguien afirma que la mejor manera de leer la biblia es comenzando desde el final, desde el apocalipsis, para llegar así a la calma. Y curiosamente, al terminar de leer Minimosca uno tiene la sensación de que Faverón ha seguido esa estrategia. Una estructura bíblica. Porque el último capítulo es sin dudas el génesis. Una apuesta que funciona, porque lo inverso también es parte del reflejo.
Quedan sus páginas como una rica exploración sobre el arte, la literatura, los artistas y el horror, narrada a través de excéntricas personalidades y a través de diversas texturas: el argumento de una película, las salas de un museo, las páginas de una biografía. Pero sobre todo la aventura de leer un libro inteligente y bien contado.
Publicado en la revista El Ojo Dorado, del ICPNA.